HOMENAJE A MONS. JOSÉ LUIS AZCONA HERMOSO
El 20 de noviembre de 2024, falleció Mons. José Luis Azcona Hermoso, obispo emérito de la Prelatura de Marajó, en Brasil, a los 84 años. Su partida ha generado un profundo pesar y múltiples expresiones de reconocimiento por parte de autoridades civiles, eclesiásticas y sociales.
El gobernador del estado de Pará, Helder Barbalho, decretó luto oficial de tres días en honor a Mons. Azcona, destacando su incansable lucha en defensa de los derechos humanos y su entrega a las comunidades más vulnerables del Marajó. En un comunicado oficial, Barbalho expresó:
«La partida de Dom Azcona deja un legado de justicia y compromiso social que perdurará en la memoria de nuestro pueblo».
La Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB) también emitió una nota oficial de condolencias, resaltando la valentía y dedicación pastoral de Mons. Azcona en la Amazonía. El presidente de la CNBB, Dom Walmor Oliveira de Azevedo, lo describió como «un verdadero pastor que entregó su vida al servicio de los más necesitados, siendo un ejemplo de fe y coraje para todos nosotros». En su mensaje, la CNBB destacó el papel de Mons. Azcona en la lucha contra el tráfico de personas y la defensa de los derechos de niños y adolescentes, además de su valiosa contribución a la conferencia episcopal, particularmente como predicador del retiro espiritual de los obispos brasileños en 2018.
Organizaciones de derechos humanos y movimientos sociales también recordaron a Mons. Azcona como un aliado en la lucha contra la explotación y la trata de personas. La Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) enfatizó su apoyo a las comunidades rurales y su firme denuncia de las injusticias sociales en la región amazónica.
«Un verdadero pastor que entregó su vida al servicio de los más necesitados, siendo un ejemplo de fe y coraje para todos nosotros.»
Los actos fúnebres comenzaron en la iglesia de San José de Queluz, en Belém do Pará, donde cientos de fieles y autoridades se reunieron para despedir al obispo emérito. El Arzobispo de Belém, Alberto Taveira Corrêa, junto a obispos de la región y numerosos sacerdotes, presidió la misa de cuerpo presente el 21 de noviembre, marcando el último adiós a un pastor que dedicó su vida a la misión evangelizadora y a la defensa de los más vulnerables.
Posteriormente, su cuerpo fue trasladado a la ciudad de Soure, en la isla de Marajó. Allí, el nuevo obispo de de la Prelatura, Mons. José Ionilton Lisboa de Oliveira, presidió el funeral y el sepultamiento. Simón Puertas, en representación del Prior Provincial de la Provincia Santo Tomás de Villanueva, que se encuentra en Perú, acompañó las celebraciones.
Azcona fue sepultado en Soure, cumpliendo su deseo de descansar junto a las comunidades que tanto amó y sirvió. Mons. Cizaurre, agustino recoletos y obispo emérito de Bragança, destacó “la valentía y dedicación de Mons. Azcona en la defensa de los más vulnerables, señalando que su legado perdurará en la Iglesia y en las comunidades que sirvió. Asimismo, recordó momentos compartidos en su labor pastoral y la profunda amistad que los unía”.
Durante el tiempo que estuvo ingresado en el hospital de Belem, Mons. Azcona recibió la imagen peregrina de Nuestra Señora de Nazaret y bendijo al pueblo de Pará.
La partida de Mons. José Luis Azcona Hermoso deja una huella indeleble en la Iglesia y en la sociedad brasileña, recordado como un defensor incansable de la dignidad humana y un ejemplo de entrega y compromiso con los más desfavorecidos. Su legado permanecerá como fuente de inspiración para las generaciones futuras.
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EL CÁNTICO NUEVO: UNA ALABANZA PARA EL HOMBRE RENOVADO
En este texto, San Agustín nos invita a cantar un «cántico nuevo» al Señor, una alabanza que surge de un corazón renovado por la gracia divina. Este cántico no se trata simplemente de palabras bien entonadas, sino de una expresión sincera y jubilosa que va más allá del lenguaje, reflejando la grandeza de un Dios inefable. Para San Agustín, el verdadero canto es el júbilo, un sonido que expresa lo que las palabras no pueden. Así, nos anima a vivir de tal manera que nuestra vida misma se convierta en una alabanza a Dios, llena de amor y gozo auténticos.
De los comentarios de san Agustín, sobre los salmos
(Salmo 32, sermón 1, 7-8: CCL 38, 253-254)
Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo. Despojaos de lo antiguo, ya que se os invita al cántico nuevo. Nuevo hombre, nuevo Testamento, nuevo cántico. El nuevo cántico no responde al hombre antiguo. Sólo pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes ya al nuevo Testamento, que es el reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nuevo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la que debe cantar el cántico nuevo. Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría. Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien. Él no admite un canto que ofenda sus oídos. Cantad bien, hermanos. Si se te pide que cantes para agradar a alguien entendido en música, no te atreverás a cantarle sin la debida preparación musical, por temor a desagradarle, ya que él, como perito en la materia, descubrirá unos defectos que pasarían desapercibidos a otro cualquiera. ¿Quién, pues, se prestará a cantar con maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor, que sabe escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a cantar con tanto arte y maestría que en nada desagrades a unos oídos tan perfectos? Mas he aquí que él mismo te sugiere la manera cómo has de cantarle: no te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Éste es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo. El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.
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VIVA CRISTO REY
Lecturas: Daniel 7,13-14; Salmo 92,1ab.1c-2.5: “El Señor reina, vestido de majestad”; Apocalipsis 1,5-8; Juan 18, 33b-37: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
En este último domingo del año litúrgico confesamos a Cristo como Rey. Es una fiesta instituida por el papa Pío XI en 1925 y un título atribuido a Cristo difícil de explicar con justeza, ya que, como decía un filósofo —y en el caso de Cristo esto es completamente cierto—, las palabras son pobres vasijas incapaces de contener nuestras ideas y sentimientos.
Decimos Rey y sentimos que la palabra nos puede llegar contagiada de poder, autoridad, dominio, ambición, paternalismo, prestigio humano, vanidad, derroche, corrupción, anacronismo, en estos tiempos tan democráticos.
Sea lo que sea, eso apenas nos vale para entender bien a las claras lo que queremos decir de Cristo, porque —lo acabamos de oír en el Evangelio—, Jesús le responde a Pilato: “Mi reino no es de este mundo”. Como si quisiese añadir: “Yo solo he tomado la envoltura de la palabra, pero después de haberla vaciado meticulosamente de todo su contenido, hasta hacer imposible cualquier mínima semejanza con la imagen de grandeza y realeza que vosotros soléis tener y soñar”.
Así es. Para Cristo, ser rey no es un título de pompa, sino una misión de servicio. Él no viene a aguarle la fiesta a nadie ni a competir con los poderes de este mundo. Sólo pretende ser testigo de la Verdad, sin armas, sin estrépito de carros de combate, sin misiles de cabezas nucleares.
La prueba más concluyente de que Jesucristo no es rey como nosotros lo esperamos es que muchas veces huye cuando el pueblo lo quiere aclamar como tal; en Jerusalén no entra a lomos de un soberbio caballo y coronado del laurel del poderoso, sino en un humilde burrito y en el nombre del Señor, y san Juan nos evangeliza del todo cuando nos señala la cruz como el trono del Rey de Reyes, desde donde quiere ejercer su poderío y adonde desea atraer a todos.
El reino de Cristo es presencia, comprensión, conocimiento, sencillez, cercanía y servicio. Se trata de un reino donde ya no hay diferencias ni distancias; donde la justicia no es un sueño, sino una realidad gozosa, donde vemos a Dios no como a un rival o a un ser celoso de nuestra felicidad, sino como a un Padre tierno que se preocupa de nuestras cosas y nos quiere congregar a todos en su casa; donde las bayonetas y los cañones no tienen ya nada que decir y la paz es mucho más que una simple paloma; donde la verdad y el amor ya no nos dan miedo y somos capaces de llamar al pan “pan” y al vino “vino” y de dejarnos crucificar por el bien de los hermanos, al estilo del Señor.
¡Qué difícil entender el Reino de Cristo! Pero por ahí van los tiros, es decir, que de mandamases hay que pasar a servidores, y de reyes a siervos de todos por amor.
¡Qué paradójica la escena de Jesús ante Pilato! ¡El juez convertido en reo, y la Verdad interrogada y crucificada por el poder de la fuerza! Pero el final aclara la situación: La Verdad reinará desde la cruz, a pesar y por encima de la fuerza.
Ser Rey para Jesucristo es ponerse a la cola. Definir su misión como “dar testimonio de la verdad” significa que su experiencia de amor con el Padre no se impone nunca por la fuerza de la violencia ni por ninguna “guerra santa”, sino por su capacidad de convicción, por el atractivo del amor.
Ojalá lo sepamos entender y seamos capaces de vivir este reino anunciado por Jesucristo, reino de amor y salvación definitiva, reino de luz y de verdad.
Para eso, nada mejor que decir muchas veces:
— “Venga a nosotros tu Reino, Señor”.
Y, por descontado, nadie tiene que ver la realeza de Cristo con lo del refrán:
— “Reyes y gatos son bastante ingratos”.
A quienes lo siguen y viven su evangelio, Jesucristo los sentará a su mesa en el banquete eterno de su gloria, en el Reino nuevo que construimos ahora y gozaremos luego.
Adaptación de un texto del agustino recoleto Santiago Marcilla (1950-2016)
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FALLECE MONS. JOSÉ LUIS AZCONA, TESTIMONIO DE SERVICIO Y EVANGELIZACIÓN
Con profunda tristeza, la Orden de los Agustinos Recoletos ha conocido el fallecimiento hoy, 20 de noviembre de 2024, de Monseñor José Luis Azcona Hermoso, que deja un vacío en ella difícil de llenar y una huella imborrable en la Iglesia, a la que sirvió, de manera destacada y comprometida, en la misión pastoral y en defensa de los derechos humanos que desarrolló en la Amazonía brasileña.
Un legado de servicio en la Amazonía
Mons. José Luis Azcona nació en Pamplona (España) el 9 de marzo de 1940, pero vivió con su familia en el pueblo navarro de Dicastillo y cursó su educación secundaria en San Sebastián. Ingresó en la Orden de los Agustinos Recoletos y profesó el 22 de septiembre de 1961 en Monachil (Granada). En la capital de esta provincia estudió Teología. Fue ordenado sacerdote el 21 de diciembre de 1963 en Roma. Siguió con posterioridad sus estudios de Teología Moral hasta conseguir, en 1965, el doctorado en el Instituto de Teología Moral de los Redentoristas (Alfonsiano) de la Universidad Lateranense de Roma.
Los cargos más destacados que desempeñó a lo largo de su carrera eclesiástica fueron, entre otros, los de prior provincial de la Provincia de Santo Tomás de Villanueva (1975-1981), vice-maestro de novicios en el Desierto de la Candelaria, Colombia (1982) y maestro de novicios en Los Negrales, Madrid (1983).
En 1985 marchó a la misión de Marajó, en Brasil. Dos años más tarde, concretamente el 5 de abril de 1987, fue ordenado obispo de la Prelatura de Marajó. En ella, lideró incansablemente las labores de evangelización y trabajó para proteger a las comunidades más vulnerables de la región. Destacó, asimismo, por su lucha contra la explotación humana, la trata de personas y los abusos a los que se enfrentaban los habitantes de la Amazonía.
Unidos en oración
Durante su misión, Mons. José Luis Azcona asumió riesgos e hizo frente a muchas amenazas debido a su postura valiente que mantuvo contra las injusticias. De hecho, su promoción de la justicia social y del cuidado del medio ambiente lo convirtió en un modelo de compromiso cristiano.
La Orden y la Iglesia recuerdan con gratitud su vida de oración, su compromiso y entrega al servicio de los últimos, de los más necesitados.
Pedimos a todos que se unan en oración por su descanso eterno, confiando en que su legado y testimonio apostólico seguirán inspirando a muchos en la búsqueda del Reino de Dios.
Puedes leer esta entrevista del año 2012 a Mons. José Luis y ver esta entrevista del 2022.
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SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS: “LAS BIENAVENTURANZAS SON LA FORMA, LAS ACTITUDES, LOS COMPORTAMIENTOS PARA SER SANTO”
En el Evangelio de hoy hemos escuchado el pasaje de las bienaventuranzas, pero ¿cuál es el título que en la Biblia acompaña a este pasaje? La sección del evangelio de Mateo que empieza con las bienaventuranzas se suele titular: “El Reino de Dios en palabras”, y en concreto el epígrafe o subtítulo que lleva este pasaje es: “La auténtica felicidad”.
Entonces, ¿qué es el reino de Dios? ¿Cómo podemos ser plenamente felices? ¿Qué tiene que ver el Reino de Dios con la felicidad? ¿Por qué la Iglesia nos propone este texto en la conmemoración de todos los santos y santas de Dios?
El Reino de Dios no es otra cosa más allá de lo que indican sus palabras: el reino de Dios es el lugar donde Dios reina. Y es cierto que donde verdaderamente Dios reina es en el cielo, pero no es menos cierto que ya aquí, en la tierra, en nuestro mundo, podemos empezar a hacer realidad el reino y que Dios reine en nuestro corazón, en nuestras vidas…
Podemos ya empezar a hacer que Dios sea el que guíe nuestras actitudes y comportamientos. ¿Y cómo hacerlo? Viviendo las bienaventuranzas.
Todos sabemos, que cuando Dios reina, cuando Dios es el centro, la auténtica felicidad está garantizada porque la verdadera felicidad es estar junto a Dios. Y esta es las razón por la que la Iglesia nos propone hoy este pasaje evangélico de las bienaventuranzas como evangelio.
Las bienaventuranzas recogen la forma, las actitudes, los comportamientos con los que nuestros familiares, nuestros amigos, y cualquier persona que ahora esté gozando de la vida eterna, han tenido que vivir.
E, igualmente, las bienaventuranzas nos recuerdan las actitudes y comportamientos con los que debemos nosotros afrontar la vida y vivir nuestra relación con Dios y con los demás para que Dios reine en nuestras vidas y algún día también nosotros podamos descansar y tener la felicidad plena junto a Dios como hoy la tiene los santos y santas de Dios.
Creer en el Reino de Dios es resistirse a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Hay que creer que Dios está conduciendo, hacia su verdadera plenitud, los deseos de vida, de justicia y de paz que se encierran en nuestros corazones.
Creer en el Reino de Dios es rebelarse con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos consigan otra vida donde ya la pobreza y el dolor, la tristeza y las lágrimas de impotencia y de infelicidad queden enterradas para siempre.
Creer en el Reino de Dios es acercarse con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, con necesidades especiales físicas y/o psíquicas, a los tantos hundidos en la depresión y la angustia —la pandemia real de nuestro tiempo—, cansados de vivir y de luchar.
No podemos resignarnos a que Dios sea para siempre un “Dios oculto”, del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No nos podemos hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No podemos resignarnos a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío.
El plan de vida escondido en las bienaventuranzas, estas pautas de vida que Dios nos propone a sus seguidores para afrontar la vida, a veces, o muchas veces no es fácil de interpretar y de traducir a la vida ordinaria. Pero debemos seguir intentándolo. Una cosa que nos puede ayudar a entender el mensaje de las bienaventuranzas es el cambiar la palabra “dichosos” por la palabra “ánimo”:
- Ánimo a los que os sabéis necesitados de Dios, porque Dios nunca os abandonará.
- Ánimo a los que estáis tristes y deseáis ser consolados, porque si ponéis vuestro corazón en Dios, Él os reconfortará.
- Ánimo a los humildes, porque vuestra será la felicidad prometida por Dios.
- Ánimo a los que no juzgáis y sois misericordiosos con los demás, porque Dios será infinitamente más misericordioso con vosotros.
- Ánimo a los que tenéis un corazón limpio porque Dios se os transparentará tal cual es.
- Ánimo a los que construís la paz y lucháis contra toda injusticia, porque seréis llamados santos y santas de Dios.
- Ánimo a los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque Dios reinará en vuestras vidas.
Una última clave para entender bien el mensaje evangélico de hoy: todo va referido a que seamos pobres de espíritu. Pero ¿quiénes son los pobres de Dios? Pobre es el que no tiene lo necesario para vivir. Pero aquí no se refiere a que seamos personas sin recursos sino a que reconozcamos con humildad que no tenemos por nosotros mismos lo necesario para alcanzar la vida eterna y que reconozcamos que estamos necesitados de Dios.
Así, los pobres de espíritu confían y esperan todo de Dios frente a esa otra actitud de considerarse autosuficiente, orgulloso, vanidoso y prepotente, “sobrado”, aún peor si lo hacemos comparándonos a los otros y pisoteando para medrar.
En conclusión, todos somos aptos para vivir el reino de Dios, todos podremos llegar algún día a la plena felicidad si vivimos como los pobres de Dios, si el espíritu de las bienaventuranzas son nuestras actitudes básicas de la vida.
Y, por cierto, en estos tiempos nuestros que corren, de violencia e imposición por la fuerza de unas ideas a otras, de unas naciones y pueblos a otros, de unas religiones a otras, de unos líderes a otros, se podría añadir una bienaventuranza más:
- Ánimo a los que defendéis la vida, porque vosotros tendréis vida eterna.
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LA SANTIDAD NO ES UNA EXCEPCIÓN, SINO UNA LLAMADA PARA TODOS
Cada 1 de noviembre, la Iglesia celebra la festividad de Todos los Santos, un momento para honrar la santidad vivida a lo largo de los siglos y recordar que todos los cristianos, sin excepción, están llamados a la santidad. Esta festividad nos invita a reflexionar sobre el camino de vida que la santidad representa y a encontrar en el testimonio de los santos un modelo inspirador para nuestra vida cotidiana.
«Nuestra vida como cristianos debe reflejar su santidad para que no exista contradicción entre la fe que profesamos y las acciones que llevamos a cabo.»
La santidad es el don más grande de Dios a su pueblo, y mediante el sacramento del bautismo, todos los fieles reciben la invitación a convertirse en santos. Lejos de ser un ideal inalcanzable, esta vocación es una meta cotidiana que se manifiesta en actos de bondad, en la observancia de los mandamientos y en la vivencia de las bienaventuranzas. Como afirmó el Papa Benedicto XVI, la santidad es, ante todo, el reflejo de la persona de Cristo, su Evangelio y sus sacramentos. En este sentido, nuestra vida como cristianos debe reflejar su santidad para que no exista contradicción entre la fe que profesamos y las acciones que llevamos a cabo.
La festividad de Todos los Santos nos recuerda que la santidad no es una excepción, sino una llamada universal. San Pablo se dirigía a los primeros cristianos llamándolos “amados de Dios, llamados a ser santos”, subrayando así que el camino de la fe está destinado a ser una transformación constante hacia la santidad. Para los cristianos, este camino consiste en unirse íntimamente a Cristo, siendo conscientes de que el don de la santidad es también una responsabilidad que debe vivirse cada día.
«La festividad de Todos los Santos nos recuerda que la santidad no es una excepción, sino una llamada universal.»
Esta festividad es también una oportunidad para dar gracias por los muchos ejemplos de santidad que Dios ha sembrado en su Iglesia. Los santos, hombres y mujeres que, a través de su entrega y amor, encarnaron el Evangelio de Jesús, son para nosotros una inspiración. Santa Mónica, san Agustín, santa Rita y tantos otros santos nos enseñan que la santidad se cultiva a lo largo de la vida y que todos, sin importar nuestra vocación, podemos alcanzarla. La vida de cada santo refleja la gracia de Dios y la disposición a vivir en comunión con su voluntad, convirtiéndose en faros de luz y esperanza para todos nosotros.
Celebrar a Todos los Santos es agradecer el don de la santidad que Dios concede a cada bautizado. Es un recordatorio de que cada uno de nosotros está invitado a participar en esa misma vocación, a vivir el Evangelio en la cotidianidad, en la oración, en el servicio y en la caridad. Como nos dice el Apocalipsis, “El que es santo, siga santificándose” (Ap 22,11). Que el ejemplo de los santos nos motive a vivir nuestra fe con autenticidad y dedicación, para que, como ellos, podamos caminar hacia la plenitud de la vida en Cristo.
«Celebrar a Todos los Santos es agradecer el don de la santidad que Dios concede a cada bautizado.»
En esta festividad de Todos los Santos, renovemos nuestro compromiso de vivir el llamado a la santidad en cada momento de nuestra vida, en cada acto de servicio y en cada oportunidad de amor. Que la vida de los santos sea nuestro guía, y que nosotros, como Iglesia, podamos reflejar juntos la presencia de Dios en el mundo, hasta encontrarnos en la ciudad de Dios, en comunión y alegría eterna.
Fr. Antonio Carrón de la Torre, OAR
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