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Este portal web de la Provincia de Nuestra Señora de la Candelaria, contiene las homilías pronunciadas por religiosos de nuestra Orden en las Eucaristías dominicales y en las correspondientes a solemnidades. Este materia te servirá para profundizar en la reflexión y meditación de la palabra de Dios. 

La homilía es una forma privilegiada del ministerio profético y de la obra evangelizadora de la Iglesia (Cf DV 24). Dos son los elementos o características que distinguen y privilegian el género literario “homilía” entre las demás formas de predicación o comunicación del mensaje evangélico: a) Que es parte integrante de la liturgia, es decir, de un acto cultual oficial de la Iglesia, y b) que la homilía supone el “kerigma” y exige la “catequesis”, pero no que no se identifica con ninguna de ellas. Es una predicación “sui generis”. Conviene precisar lo dicho.

    27 de abril de 2024

    DOMINGO V DE PASCUA

    - Ciclo B -

    El domingo pasado escuchábamos el evangelio en que Jesús recurre a la imagen del buen pastor para describir su misión y su relación con sus seguidores. En el pasaje de hoy recurre a otra imagen, la de la vid y los sarmientos. Es una imagen que habla de la íntima relación que se establece entre Cristo y sus seguidores, una relación que es vital para la salvación. La imagen deja muy claro que seguir a Jesús no es lo mismo que seguir a un maestro de filosofía o a un líder político. Con Jesús no compartimos solo ideas o doctrinas, con Jesucristo compartimos ante todo y sobre todo la misma vida, de él a nosotros. Este pasaje evangélico habla de la espiritualidad del cristiano.

    Yo soy la verdadera vid. La palabra “vid” es el nombre de la planta que da las uvas. Conocemos las uvas porque las importamos y aunque se pueden comprar durante todo el año, mucha gente las compra especialmente en tiempo de Navidad; Jesús pone como ejemplo esa planta porque era fruto común en su tierra, de esa planta se hace el vino, que en la misa se transforma en la Sangre de Cristo. Jesús se llama la verdadera vid. ¿Hay acaso una vid falsa? Cuando Jesús habla de sí mismo como la verdadera vid no se contrapone a otra que sea la vid falsa, sino que él es la verdadera vid porque comunica la verdad. Porque es en la verdad que nosotros encontraremos vida, consistencia, esperanza, eternidad: la verdad que Jesús comunica es Dios mismo, la verdad que es él mismo, la verdad que nos salva. Mi Padre es el viñador. El “viñador” es el agricultor que cultiva vides. ¿En qué sentido es el Padre Dios el viñador? Un viñador abona la tierra, riega las vides, quita las malezas, poda las ramas o sarmientos inútiles; cosecha los frutos. De todas esas tareas, Jesús se fija solo en una, la del podador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto. Los “sarmientos” son las ramas de la vid. El Padre Dios hace dos cosas. Unos sarmientos los corta de tajo y los echa al fuego; son los sarmientos que no dan flor y por lo tanto no van a dar uvas; son los que parecen estar unidos a Jesús, pero es solo apariencia; son los cristianos de nombre. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde. Son palabras de advertencia para que nos tomemos esto en serio. Otros sarmientos, los que dan flor, los poda, es decir, corta algunas de las flores y hojas con el fin de que las flores que quedan den más fruto. El Padre ejerce de ese modo una especie de juicio, y juicio bien severo. ¿Cómo se identifican uno y otro sarmiento? Los cristianos de nombre quizá se han bautizado y hasta habrán recibido otros sacramentos, pero no viven como cristianos, sino como paganos. Al final el Padre Dios los juzgará indignos. Los sarmientos que el Padre poda, son los cristianos, que se esfuerzan por vivir de acuerdo con lo que el nombre y la vocación implica, y que a través de pruebas Dios va purificando y estimulando para que crezcan y den frutos de santidad y caridad.

    Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho, declara Jesús a sus discípulos. Jesús nos purifica con el evangelio que suscita nuestra fe; con el bautismo quelava nuestros pecados; con la confirmación que nos da su Espíritu Santo; con la eucaristía que nos une a él para formar un solo cuerpo con él. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Aquí se expresa la íntima comunión entre Cristo y el cristiano. ¿Qué debemos hacer para permanecer en Jesús? Debemos permanecer en la fe; es decir, debemos creer en Dios, saber quién es Dios y lo que ha hecho por nosotros; debemos recibir los sacramentos, bautismo y confirmación y especialmente la eucaristía que nos hace un solo Cuerpo con él; debemos rechazar nuestros pecados e ir perfeccionándonos moralmente para crecer en caridad y en santidad cuando guiamos nuestra libertad según la verdad moral expresada en los mandamientos. Debemos mantener una vida de oración en la que entablamos una relación de amistad y confianza con Dios, con Jesucristo, en el Espíritu Santo. Debemos dar testimonio de nuestra unión con Cristo en el tenor de vida en la familia, en el trabajo, en la comunidad en la que vivimos.

    Jesús concluye con dos advertencias positivas: Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. Esta advertencia se refiere a la oración. Lo que desconcierta un poco es la generalidad: pidan lo que quieran. Y nosotros, que todavía no estamos tan unidos a Cristo pensamos en pedir salud, prosperidad, bienestar, trabajo. Es decir, pensamos en bienes temporales. Pero el que está unido a Cristo, a medida que se une cada vez más a él, pedirá ver a Dios, permanecer en Dios, vivir en Dios para siempre; pedirá los bienes que duran para siempre. La segunda advertencia es esta: La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten como discípulos míos. Quizá aquí Jesús nos orienta hacia lo que debe ser nuestra oración: la gloria de Dios a través del testimonio de nuestra vida. Sin duda hay que crecer mucho en santidad para tener esos pensamientos así de claros y tener esos propósitos así de firmes.

    El apóstol Juan refuerza estas enseñanzas de Jesús con sus palabras en la segunda lectura de hoy. Dice el apóstol: Puesto que cumplimos los mandamientos de Dios y hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de él todo lo que le pidamos. Otra vez esa declaración de pedir abiertamente, sin límites. Pero enseguida añade: ahora bien, éste es su mandamiento: que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo, y nos amemos los unos a los otros, conforme al precepto que nos dio. Yo me inclino a pensar que lo que debemos pedir en la oración es que nuestra fe en Cristo se haga cada día más pura y que nuestra capacidad de amar a Dios y al prójimo se haga más íntegra. De esa manera el Espíritu Santo habitará en nosotros y permaneceremos en Dios y Dios en nosotros. Aquí el apóstol habla igual que Jesús de una comunicación de vida entre el cristiano y Jesucristo.

    Quien actúa rectamente, dice también el apóstol, tiene tranquila su conciencia. Si nuestra conciencia no nos remuerde, entonces, hermanos míos, nuestra confianza en Dios es total. La conciencia es ese centro interior donde nos conocemos a nosotros mismos y donde también Dios nos conoce. Cuando hemos sido perdonados, nuestra conciencia está en paz; cuando actuamos rectamente, nuestra conciencia no nos reprocha nada. Cuando nuestra conciencia está tranquila, tenemos un adelanto del cielo en la tierra

    + Mario Alberto Molina, O.A.R.
    Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango–Totonicapán

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