8 de diciembre de 2024
II Domingo de Adviento
- Ciclo C -
LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Gracias a una dispensa especial, un indulto, se nos ha permitido celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María en este segundo domingo de adviento. La solemnidad conmemora una acción de Dios que tiene que ver muchísimo con la Navidad para cuya celebración nos preparamos. Lo que celebramos hoy es la intervención especial de Dios y del mismo Hijo de Dios en el momento en que la Virgen María fue concebida en el seno de su madre santa Ana. Mientras que todos los seres humanos somos concebidos y nacemos necesitados de la salvación de Dios, pues venimos a este mundo sujetos a la ley de la muerte e inclinados al pecado, ella fue salvada desde el mismo momento de su concepción. Mientras todos los humanos nacemos con pecado original, la Virgen María se vio libre de esa carencia original. Su concepción fue inmaculada, sin rastro de pecado. Ella fue salvada por adelantado por Cristo, para que el Hijo de Dios pudiera nacer de una raíz pura y santa. Al ser concebida sin pecado original, María se convirtió, por la gracia y el favor de Dios, en el inicio puro y santo de una historia de salvación que daría su fruto en la encarnación del Hijo de Dios en sus entrañas. Dios preparó de ese modo a quien sería su Madre.
El fundamento para esta nuestra fe está en primer lugar en la convicción de que el Hijo de Dios no podía nacer de una mujer afectada por pecado. Dios y el pecado son incompatibles. Aunque el Hijo de Dios va a nacer a un mundo de pecadores y vino para salvar a los pecadores, él mismo estuvo libre de todo pecado. Esa idea, de que los orígenes humanos de Dios deben estar limpios de todo pecado llevó a la convicción de que su madre debía ser santa de raíz. Y esta convicción encuentra su prueba en las palabras del ángel Gabriel cuando saluda a la Virgen María y la llama llena de gracia. Esa palabra significa que María ha sido especialmente favorecida por Dios, ha sido elegida por Dios para una misión especial. Y ese favor de Dios no comienza a realizarse cuando el ángel Gabriel la visita, sino que el favor de Dios se remonta al inicio de la existencia de la Virgen María, al momento de su concepción en el vientre de santa Ana. Allí Dios la preservó del pecado y de la muerte. Mientras nosotros somos limpiados y purificados del pecado por el bautismo, la Virgen María no fue limpiada ni purificada, sino amparada y preservada de todo pecado y fue salvada desde el mismo instante de su concepción. En definitiva, lo que aquí celebramos es que Dios es más grande que el pecado humano, Dios es más puro que el pecado humano y que Dios ha vencido el pecado humano.
Hoy hemos repetido el estribillo cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas. Ha hecho maravillas en la Virgen María; pero todo su designio de salvación es una obra maravillosa a nuestro favor. Pues esa concepción inmaculada de la Virgen María tiene el propósito de preparar la encarnación de quien sería el Salvador de todos nosotros. Las palabras de san Pablo en la carta a los efesios, nuestra segunda lectura de hoy, nos enseñan que también nosotros hemos estado en el pensamiento de Dios desde la creación del mundo. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en él con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo. Esta elección de Dios antes de crear el mundo nos engloba a todos: a la Virgen María por su inmaculada concepción y a todos los demás por el don de la fe y de la gracia en el bautismo y los demás sacramentos. Dios nos eligió para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor. La Virgen María fue santa e irreprochable desde su concepción; nosotros después de escuchar la Palabra de Dios, de recibir el bautismo y de perseverar en las buenas obras.
Ese propósito salvífico de Dios en nosotros se ha realizado por medio de la fe y el bautismo, de la caridad y la eucaristía, por medio de la perseverancia en las buenas obras y la esperanza. Dios nos ha constituido en hijos suyos. De modo que, con Cristo, somos herederos también nosotros, herederos de la vida eterna, de la vida divina. Dios nos ha capacitado para que podamos compartir la vida divina por medio del don del Espíritu Santo. Para esto estábamos destinados, para esto nos creó Dios, para participar en la raíz de santidad que se introdujo en el mundo por la inmaculada concepción de María uniéndonos a Cristo por la fe, los sacramentos y las buenas obras.
Hoy hemos leído en la primera lectura el relato de lo que pasó después de que Adán y Eva cometieron el primer pecado y se escondieron de Dios. Dios bajó al jardín donde los había colocados y preguntó ¿dónde estás? Desde entonces Dios ha bajado a la tierra para llamarnos y preguntarnos ¿dónde estás? No te escondas de mí. Si te escondes por vergüenza, porque has pecado, no te escondas de mí, porque solo si te declaras pecador ante mí podré sanarte. Dios hizo esa pregunta al principio, pero la sigue haciendo hasta hoy, y la pronunció de modo más claro y fuerte cuando envió a su Hijo a este mundo para buscar a los pecadores, ofrecerles el perdón e introducirlos en la historia de santidad y de luz, de verdad y de vida que se inició con la concepción inmaculada de María. Si la historia humana está marcada por el pecado, porque tuvo en su origen la desobediencia de Adán y Eva, la historia de santidad está marcada por la gracia porque tuvo su origen en la muerte y resurrección de Cristo, nacido de la raíz santa de la Virgen María. Alegrémonos y demos gracias a Dios que ha sido tan bueno con nosotros.
Una palabra más. En este día hacemos oración por el pueblo y la Iglesia en Nicaragua que pasa por tiempos difíciles de persecución, acoso y agresión. Obispos y sacerdotes, religiosas y seminaristas han sido expulsados del país, han sufrido cárcel y otros vejámenes. Puesto que los católicos nicaragüenses celebran la fiesta de la Inmaculada Concepción con gran júbilo y alegría, los obispos de América Central, en una reunión a la que no asistió ningún obispo de Nicaragua, decidimos que, en toda América Central, desde Panamá hasta Guatemala, hoy deberíamos hacer una jornada de oración por Nicaragua. Pidamos al Señor fortaleza y perseverancia para nuestros hermanos y que la persecución cese y nuestros hermanos puedan vivir en paz. Lo haremos en las preces de los fieles.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango–Totonicapán