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Este portal web de la Provincia de Nuestra Señora de la Candelaria, contiene las homilías pronunciadas por religiosos de nuestra Orden en las Eucaristías dominicales y en las correspondientes a solemnidades. Este materia te servirá para profundizar en la reflexión y meditación de la palabra de Dios. 

La homilía es una forma privilegiada del ministerio profético y de la obra evangelizadora de la Iglesia (Cf DV 24). Dos son los elementos o características que distinguen y privilegian el género literario “homilía” entre las demás formas de predicación o comunicación del mensaje evangélico: a) Que es parte integrante de la liturgia, es decir, de un acto cultual oficial de la Iglesia, y b) que la homilía supone el “kerigma” y exige la “catequesis”, pero no que no se identifica con ninguna de ellas. Es una predicación “sui generis”. Conviene precisar lo dicho.

    14 de abril de 2024

    DOMINGO III DE PASCUA

    - Ciclo B -

    En el pasaje del evangelio que acabamos de leer se pueden distinguir dos episodios. En el primero Jesús se aparece y debe convencer a sus discípulos de que no están alucina- dos, sino que su presencia es real. En el segundo, Jesús instruye a sus discípulos para que comprendan todo lo que se refiere a él en las Escrituras y así confirma su fe.

    Los Once apóstoles están reunidos y acaban de escuchar el testimonio de los dos discípulos de Emaús de que reconocieron a Jesús al partir el pan. Incluso los Once han dado testimonio de que Jesús se ha aparecido a Simón Pedro. De repente, Jesús se les aparece, pero reaccionan con incredulidad; lo que resulta chocante. ¡Qué duro, qué difícil les resultó creer en la verdad de la resurrección! Jesús se les presenta en medio. No entra, no llega; se aparece. Esta manera de describir el inicio de la presencia de Jesús indica que él tiene un nuevo modo de existir, que es muy diferente al que tenía antes de morir y muy distinto también del que tienen sus discípulos en aquel momento y que es también el nuestro ahora. Jesús se aparece, se hace presente, se visibiliza. Es como si estuviera de un modo invisible y de repente se hiciera visible. Y así es. Jesús resucitado está en Dios y se hace visible desde Dios. Saluda a sus discípulos con el deseo de paz. Pero el saludo no surte efecto, pues ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Es decir, los discípulos creen ser presa de una alucinación colectiva. Piensan que lo que ven no está ante sus ojos, sino en su cabeza, en su mente. Jesús los cuestiona: No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos como ven que tengo yo. Y les mostró las manos y los pies. Jesús propone pruebas de que su presencia no es meramente imaginaria en la cabeza de los discípulos, sino que es consistente en sí misma. Invita a mirar las manos y los pies, pero Lucas nunca menciona qué es lo que tienen que ver; uno supone que allí estarían las cicatrices de los clavos. Los invita también a tocar. Uno no puede tocar a un ser imaginario. Lucas tampoco dice si los discípulos tocaron. Lo que dice es que continuaron con la duda: Pero ellos no acababan de creer y seguían atónitos. El evangelista dice que era de pura alegría. Piensan que lo que les pasa es algo demasiado bueno como para que sea verdad. Como último recurso, Jesús pide de comer. Un fantasma tampoco come. Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos. Sin embargo, el evangelista no dice nada de si entonces creyeron plenamente o todavía les quedó un rescoldo de duda.

    Esta duda, que es la reacción primera de las personas a las que Jesús se les aparece, es una enseñanza para todos nosotros. La fe no es credulidad. El camino hacia la fe exige explicaciones de lo que se nos propone creer. El camino de la fe exige razonamiento, examen de los testimonios en los que debemos creer. La fe no es enemiga de la razón humana ni la fe es incompatible con el razonamiento humano. Fe y razón se complementan. Pero la fe tampoco es la deducción lógica de un razonamiento. La fe va precedida de un examen razonable de lo que debemos creer, pero el acto de fe es un asentimiento de la voluntad ayudado por la gracia y la iluminación interior de Dios.

    Y a esto se refiere el segundo episodio del relato de hoy. Jesús les explica que él ya les había anunciado su pasión y muerte en la cruz y también su resurrección. Y que eso que le sucedió ocurrió según la voluntad y el plan de Dios pues ya estaba anunciado en las Escrituras. Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados. Y dice que Jesús les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. Esa explicación fue la iluminación interior que los llevó a la fe.

    Esos apóstoles que han sido beneficiados de esa aparición de Jesús tienen que llevar a cabo una misión que consiste en anunciar la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados. Es necesario volverse a Dios para encontrar en Él un referente firme, una luz que oriente y guíe. Al volvernos a Dios abandonamos las falsas seguridades como el dinero o el poder y corregimos también nuestro extravío, los fallos de nuestra libertad y por eso aceptamos el perdón de los pecados como signo de que nos hemos reconciliado con Dios.

    Por eso san Pedro, en la primera lectura de hoy habla al pueblo de Jerusalén con gran aplomo y convicción. Pone en primer lugar el contrate entre lo que el pueblo hizo y lo que hizo Dios. El pueblo renegó de Jesús, lo entregaron a Pilato y lo forzaron a dar una sentencia de muerte, aunque Pilato había decidido liberarlo; pidieron en cambio el indulto de un forajido: dieron muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y de ello somos testigos nosotros. Pero Pedro también muestra que la culpa del pueblo tuvo atenuantes: yo sé que ustedes han obrado por ignorancia. La culpa sería mayor, si hubieran actuado por maldad. Y de allí la invitación: Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen los pecados, y así puedan asumir el futuro de su vida en nuevos términos y reconciliados con Dios. Pedro concluye su discurso con palabras en la que cumple lo que Jesús le mandó hacer: predicar la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados. Y también hoy nos hace a nosotros la misma invitación.

    También san Juan, en la segunda lectura, hace la misma exhortación. Les escribo esto para que no pequen. Pero si alguien peca, tenemos como intercesor ante el Padre a Jesucristo, el justo. Porque él se ofreció como víctima de expiación por nuestros pecados, y por los del mundo entero. Puesto que Cristo se ofreció como expiación, ya nosotros no tenemos que ganarnos el perdón, sino que Dios nos lo ofrece gratuitamente. Debemos convertirnos, cambiar de conducta, para que el perdón de Dios nos purifique. Pues Dios no es Dios de impunidad, que perdona sin que haya arrepentimiento y conversión. Pero después del perdón viene entonces la vida de acuerdo con los mandamientos. Por eso añade: En esto tenemos una prueba de que conocemos a Dios: en que cumplimos sus mandamientos. Precisamente en esto conocemos que estamos unidos a él. Que como signo de que Cristo nos ha salvado, vivamos cada día según sus mandamientos.

    + Mario Alberto Molina, O.A.R.
    Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango–Totonicapán

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