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Este portal web de la Provincia de Nuestra Señora de la Candelaria, contiene las homilías pronunciadas por religiosos de nuestra Orden en las Eucaristías dominicales y en las correspondientes a solemnidades. Este materia te servirá para profundizar en la reflexión y meditación de la palabra de Dios. 

La homilía es una forma privilegiada del ministerio profético y de la obra evangelizadora de la Iglesia (Cf DV 24). Dos son los elementos o características que distinguen y privilegian el género literario “homilía” entre las demás formas de predicación o comunicación del mensaje evangélico: a) Que es parte integrante de la liturgia, es decir, de un acto cultual oficial de la Iglesia, y b) que la homilía supone el “kerigma” y exige la “catequesis”, pero no que no se identifica con ninguna de ellas. Es una predicación “sui generis”. Conviene precisar lo dicho.

    17 de marzo de 2024

    DOMINGO 5° DEL TIEMPO DE CUARESMA

    - Ciclo B -

    Comenzamos hoy la quinta y última semana de cuaresma; el próximo domingo será de ramos, y el inicio de la semana santa. Ya las lecturas de este domingo nos introducen en la meditación de la pasión de Jesucristo, nuestro Señor. Una escena dramática del relato de la pasión es la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos. Ese episodio lo relatan los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas de un modo muy similar. Después de la última cena, Jesús se retiró con sus discípulos a un paraje fuera de la ciudad de Jerusalén. Ya para entonces, Judas había abandonado al grupo y se ofreció a acompañar al pelotón que iba a capturar a Jesús con el fin de identificar al que debían apresar. Entre tanto, Jesús se retiró a un lugar apartado, solo, y allí oraba al Padre con toda la intensidad y aprensión de su condición humana. Anticipa la pasión, el sufrimiento, la muerte que se le viene encima. Pide a Dios, si es posible, verse libre del trance inminente. Pero acata los acontecimientos venideros como parte de la misión que el Padre le ha encomendado: no se haga mi voluntad, sino la tuya. En la oración confiada, Jesús asume su pasión y muerte. Esta oración en el huerto tendrá su eco en las otras dos oraciones que pronunciará desde la cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

    El pasaje de la carta a los hebreos que hemos escuchado hoy alude a esta oración de Jesús. Durante su vida mortal, Cristo ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. La expresión durante su vida mortal se puede entender de dos maneras: que la súplica a Dios de verse libre de la muerte no fue un episodio único, sino que se repitió a lo largo de su vida o también que la súplica de Cristo al Padre sí fue única, la del huerto, como expresión de su condición mortal, humana, vulnerable. Sea como fuere, aunque la Carta a los hebreos no reporta las palabras de la oración de Jesús, declara su intensidad: Cristo ofreció oraciones y súplicas con fuertes voces y lágrimas a aquel que podía librarlo de la muerte. Normalmente entendemos que la oración de Jesús nace del pavor ante la crueldad de los sufrimientos de morir crucificado. Y es una interpretación correcta: el hombre Jesús se estremece ante los sufrimientos que anticipa. Pero también podemos ver en la oración de Jesús la súplica de la humanidad entera que pide verse libre de la muerte en cualquiera de sus formas. La muerte es el gran agujero negro que nos engulle desde el final de nuestra existencia y del que nosotros no nos podemos librar, si Dios no nos da la mano. Pero lo más enigmático es la última frase: y fue escuchado por su piedad. ¿Cómo fue escuchado Jesús, si murió en la cruz? Fue escuchado, porque Dios libró a Cristo de la muerte, no evitándosela, sino sacándolo de ella. La oración de Jesús de verse libre de la muerte se cumplió cuando resucitó de entre los muertos. ¿Era esa la respuesta que Jesús esperaba? No lo sabemos. Esa fue la que recibió. Tenemos una gran enseñanza: Dios nos cumple las oraciones no como se las pedimos, sino como en su misericordia nos conviene.

    El evangelista san Juan también nos habla de una oración de Jesús, pero de otra manera totalmente diferente. Antes de la fiesta de la pascua judía, esa durante la cual Jesús moriría, unos griegos, unos extranjeros, piden a Felipe, discípulo de Jesús, conocerlo. Cuando le avisan a Jesús, él entiende este interés de parte de esos extranjeros, como el signo de que su hora de morir ha llegado. Esos griegos representan para Jesús a la humanidad que busca un salvador. Al igual que los magos al principio de la vida de Jesús llegaron a adorarlo, estos griegos representan también a los pueblos del mundo que reconocen en Jesús a su salvador. Él se compara al grano de trigo sembrado en tierra, que para resurgir como una espiga debe morir como grano. Si el grano de trigo, sembrado en tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. Enuncia entonces un principio, válido para él y para todos: El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna. Lo entiendo así: el que plantea su vida en torno a sus intereses mezquinos se pierde; pero, quien se plantea su vida para ajustarse a la voluntad de Dios encontrará la vida eterna.

    Y a continuación viene la reflexión de Jesús en torno a su muerte: Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre. Este episodio está situado antes de la pasión. Es como si Jesús manifestara su propósito de no pedir a Dios lo que justamente le pidió en la oración en el huerto. Hay indudablemente una tensión entre este propósito de Jesús de no pedirle a Dios: líbrame de esta hora, y el hecho de que, llegada la hora, pidió: si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero esta reflexión de Jesús concluye también con la aceptación de la muerte venidera, igual que lo hizo en el huerto. La frase: precisamente para esta hora he venido; Padre, dale gloria a tu nombre es equivalente a esta otra: pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Intuyo que en la frase dale gloria a tu nombre significa: glorifica tu nombre resucitándome de entre los muertos. Finalmente, Jesús anuncia: Cuando yo sea levantado de la tierra, es decir, cuando yo sea levantado en la cruz, atraeré a todos hacia mí. Y con estas palabras se refiere no solo a las miradas de los que asistieron a la crucifixión y vieron estupefactos el drama de su muerte, sino que Jesús se refiere a la mirada de fe con la que todos los que creemos en él nos volvemos hacia El Crucificado para recibir de él la vida y la salvación, el perdón y la paz.

    En esa muerte se selló la alianza nueva de la que habla el profeta Jeremías en la primera lectura y que recordamos cada vez que el sacerdote consagra el cáliz en la misa: ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA. Es una alianza para el perdón de los pecados. Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo, cuando yo les perdone sus culpas y olvide para siempre sus pecados. Con su muerte en la cruz Cristo cargó sobre sí nuestros pecados para que pudiéramos recibir gratuitamente el perdón; él ha grabado su ley dándonos su Espíritu para que desde lo hondo de nuestro ser podamos vivir según la voluntad de Dios. Pidámosle, pues a Dios, como hemos hecho en el salmo responsorial: crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos

    + Mario Alberto Molina, O.A.R.
    Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango–Totonicapán

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