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Este portal web de la Provincia de Nuestra Señora de la Candelaria, contiene las homilías pronunciadas por religiosos de nuestra Orden en las Eucaristías dominicales y en las correspondientes a solemnidades. Este materia te servirá para profundizar en la reflexión y meditación de la palabra de Dios. 

La homilía es una forma privilegiada del ministerio profético y de la obra evangelizadora de la Iglesia (Cf DV 24). Dos son los elementos o características que distinguen y privilegian el género literario “homilía” entre las demás formas de predicación o comunicación del mensaje evangélico: a) Que es parte integrante de la liturgia, es decir, de un acto cultual oficial de la Iglesia, y b) que la homilía supone el “kerigma” y exige la “catequesis”, pero no que no se identifica con ninguna de ellas. Es una predicación “sui generis”. Conviene precisar lo dicho.

    17 de abril de 2024

    DOMINGO IV DE PASCUA

    - Ciclo B -

    Hemos llegado al 4° domingo de Pascua. En este domingo leemos siempre un pa- saje tomado del capítulo 10 del evangelio según san Juan. En ese capítulo Jesús se describe a sí mismo con la imagen de un pastor ejemplar, dispuesto a dar la vida por las ovejas que debe cuidar. Por eso este domingo recibe el nombre de Domingo del Buen Pastor. La Iglesia nos pide que hoy oremos para que el Señor suscite entre los jóvenes varones de nuestras familias el deseo de consagrarse a Dios como sacerdotes y ministros de la Iglesia. Porque Jesús ejerce ahora su pastoreo a través del ministerio de los sacerdotes y necesitamos urgentemente que más jóvenes se consagren a este servicio y ministerio. Ustedes los fieles católicos piden toda clase de servicios: formación y sacramentos, catequesis y atención personal, celebración de la misa y confesiones. Y está bien pedir. Pero si no hay más sacerdotes que ofrezcan el servicio, la demanda no queda nunca plenamente satisfecha. En esta misa oramos a Dios que suscite vocaciones al ministerio; pero junto con la oración debe venir la interpelación: joven que me escuchas, presta atención a Dios que te habla, que quizá también te está llamando para que le ofrezcas tu vida a su servicio. También queremos apoyar a los seminaristas que ya se están formando con la ofrenda para el sustento del Seminario.

    Cuando Jesús describe su ministerio como buen pastor destaca algunas características: El buen pastor da la vida por sus ovejas. Efectivamente Jesús entregó su vida por nosotros en la cruz. Derramó su sangre para el perdón de los pecados y para reconciliarnos con Dios. También dice: Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Cristo nos conoce porque nos llama a cada uno personalmente. La llamada a la fe es una convocatoria personal. Nuestra relación con Cristo es personal: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Por eso Cristo nos habla en el evangelio y nosotros le hablamos en la oración. Jesús dice que tiene también otras ovejas que no son parte actual- mente de su rebaño, de su redil. Cuando Jesús hablaba así pensaba en las personas que más allá de sus discípulos de origen judío serían sus discípulos de los pueblos del mundo. Siempre hay otras ovejas que hay que agregar a este redil. La tarea de llamar a otros a la fe compete a todos, laicos y sacerdotes. Pero son los sacerdotes quienes celebran los sacramentos por los cuales las personas se integran a la Iglesia de Cristo. Otro motivo para promover con entusiasmo las vocaciones al sacerdocio.

    Jesús también dice de sí mismo: El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Con frecuencia vemos la pasión y muerte de Cristo como la confabulación de los poderes políticos y religiosos que se unieron para matar a Jesús. Jesús es la víctima indefensa de los planes homicidas de sus enemigos. Pero ¿cómo asumió él esa pasión y esa muerte? Estas palabras de Jesús nos revelan su interioridad. Él dio voluntariamente su vida por nosotros. Tenemos un atisbo a esa actitud interior de Jesús en la respuesta que él dio a Pilato cuando este alardeaba que tenía poder para liberarlo o para condenarlo. Jesús le respondió: No tendrías ningún poder si no te lo hubieran dado de lo alto. Jesús entregó su vida por nosotros y la recuperó en su resurrección para abrirnos así el camino de la salvación.

    El apóstol san Juan, en la segunda lectura de hoy, también nos trae una enseñanza importante. Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no solo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Hijo de Dios es principalmente y de modo único y singular Jesucristo. Pero gracias a la fe y al bautismo nosotros adquirimos también la condición de hijos de Dios. Para marcar la diferencia con Jesucristo decimos que somos hijos adoptivos de Dios. Con ese adjetivo queremos señalar que esa es una condición que no tenemos por naturaleza. Esa es una condición que nos ha sobrevenido gracias a la fe y los sacramentos.

    Los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Han sido muchos los teólogos que han tratado de descubrir en qué consiste esa imagen y semejanza. Aunque Dios es puro espíritu, nosotros somos imagen y semejanza de Dios en cuerpo y alma, también nuestra dimensión corporal lleva la imagen y la semejanza con Dios. Pues nuestro cuerpo también ha sido salvado por Cristo y llegamos a ser hijos de Dios en cuerpo y alma, y resucitaremos con cuerpo y alma. La imagen y semejanza de Dios nos da una gran dignidad como personas; pertenece a nuestra naturaleza. Esa imagen y semejanza con Dios se manifiesta en nuestra capacidad de hablar y expresar nuestros pensamientos con palabras. Se manifiesta también en nuestra libertad para actuar y construirnos como personas. Cuando usamos mal de nuestra libertad, la imagen y semejanza de Dios en nosotros se obnubila, se oscurece, pero no se destruye. Permanece siempre.

    La grandeza de esta dignidad humana se muestra en el hecho de que Dios se hizo hombre. Nuestra naturaleza humana fue capaz de unirse a la naturaleza del Verbo divino y Dios mismo pudo hacerse creatura en la forma de un hombre. Y es esa capacidad de la naturaleza humana de acoger a Dios la que nos hace también capaces de llegar a ser hijos de Dios. Tenemos por madre a la Iglesia que por el Espíritu Santo nos hace renacer de nuevo como hijos de Dios Padre que tenemos nuestro destino y nuestra casa en el cielo. Ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Cuando él se manifieste vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Nuestra condición de hijos de Dios permanece latente, escondida, oculta. Incluso nosotros mismos a veces perdemos de vista nuestra gran dignidad como cristianos. Pero cuando Cristo se manifieste en su segunda venida y nosotros resucitemos con él, entonces será patente, evidente, visible la dignidad a la que nos ha elevado la gracia de Dios, el favor de Dios en nosotros por ser creyentes en Cristo y estar unidos a él por los sacramentos.

    Esto solo es posible en Cristo, pues ningún otro puede salvarnos. En la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador nuestro. Valoremos por tanto la salvación que hemos recibido, la dignidad que hemos adquirido y la meta de vida que Dios nos ha dado: el cielo, Dios mismo.

    + Mario Alberto Molina, O.A.R.
    Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango–Totonicapán

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