En esta última etapa de la formación inicial, el nuevo profeso enriquece su vida consagrada con una intensa dedicación a la oración, el estudio y el servicio pastoral. Esta dedicación le ayuda eficazmente a madurar su vocación, de cara al compromiso definitivo con Dios en la profesión solemne o perpetua y a prepararse debidamente para su futuro apostolado.
En esta etapa el profeso vive ya su compromiso vocacional con respuestas cada día más conscientes y generosas. La fidelidad a su vocación exige del fraile un ejercicio de identidad religiosa y crecimiento continuo que, bajo la acción del Espíritu Santo, lo lleva a la total entrega al Señor.