
La Orden de Agustinos Recoletos ha heredado el patrimonio espiritual de la gran familia agustiniana, la cual ha enriquecido a la Iglesia con múltiples modelos de santidad a lo largo de los siglos.
Ya en el seno de la Recolección, durante los últimos 400 años, entre los miembros de la FAMILIA AGUSTINO-RECOLETA dos han sido canonizados: San Ezequiel Moreno y Santa Magdalena de Nagasaki.
- Beatos Francisco de Jesús.
- Vicente de San Antonio.
- Martín de San Nicolás.
- Melchor de San Agustín.
- Vicente Soler de San Luis Gonzaga.
- Deogracias Palacios de San Agustín.
- León Inchausti de la Virgen del Rosario.
- José Rada de la Virgen de los Dolores.
- Vicente Pinilla de San Luis Gonzaga.
- Julián Benigno Moreno de San Nicolás de Tolentino.
- Josefa Masia de Purificación.
Dos han sido beatificadas: Beata Inés Josefa María de Benigánim y María de San José. Una venerable Sor Mónica de Jesús.
Mónica (Tagaste, actual Souk Ahras, Argelia, 331/332 – Ostia, Roma, 387), nació en una familia cristiana de buena condición social. Era todavía una adolescente cuando fue dada como esposa a Patricio, pequeño propietario y miembro del consejo municipal de Tagaste, que todavía no había recibido el bautismo. Ganó para Cristo a su marido y después consiguió la conversión de Agustín, «el hijo de tantas lágrimas». Con inmenso gozo asistió a su bautismo en la Pascua del año 387. Cuando regresaba a África con Agustín y sus amigos, murió en Ostia Tiberina, a las puertas de Roma, en el otoño del año 387, antes del 13 de noviembre. Tenía 55 años. Dos semanas antes madre e hijo habían experimentado el dulce éxtasis de Ostia, «en el cual en un supremo impulso del corazón llegaron a rozar la sabiduría hacedora de todas las cosas, dejando allí prendidas las primicias de nuestro espíritu» (Conf. 9, 10, 24). Sus restos mortales se veneran en la iglesia de san Agustín de Roma.
Después de establecer los agustinos, el 5 de mayo, la fiesta de la Conversión de san Agustín en 1341, no se tardó en hacer memoria de su madre Mónica en el día anterior, 4 de mayo, pues no se conoce el día de su muerte. Con este mismo criterio, el calendario romano de 1969 trasladó su memoria al 27 de agosto: así se subrayan los lazos que unen a madre e hijo.
Por su fortaleza de ánimo, el ardor de su fe, la firmeza de su esperanza, la agudeza de su inteligencia, la sensibilidad a las exigencias de la convivencia social y su asiduidad en la oración y en la meditación de las Sagradas Escrituras, Mónica encarna el ideal de la auténtica esposa y madre cristiana.
Nació en Roccaporrena (Casia) hacia el año 1380. Según la tradición, era hija única y desde su juventud deseó consagrarse a Dios, pero ante la insistencia de sus padres, a la edad de 14 años se casó con un joven de buena voluntad pero de carácter violento. Con su bondad logró limar las asperezas del marido viviendo con él en armonía. Tras 18 años de matrimonio, su marido fue asesinado. Rita no sólo perdonó a los asesinos, sino que en la oración llegó a confiar al Señor que prefería ver a sus hijos muertos antes que sumidos en el abismo de la venganza. Los dos murieron poco después del asesinato del padre.
Sin obligaciones en esta vida y con el corazón rebosante de amor, Rita se esforzó por llevar a la práctica el deseo de su juventud. Tuvo que luchar para convencer a su familia, a la de su marido y a la del asesino para llegar a una reconciliación pública. Sólo entonces pudo traspasar las puertas del monasterio agustino de Santa María Magdalena de Casia. En él vivió durante 40 años dedicada a las prácticas de la vida monástica y durante los últimos 15 años llevó en la frente la señal de una espina de la Pasión del Señor.
Murió en la noche de sábado 22 de mayo de 1457 del calendario pisano, equivalente al 1456 del calendario actual. Rasgo peculiar de la santa es su paso por todos los estados de la vida -doncella, esposa, viuda y religiosa- y en todos ellos dio abundantes pruebas de abnegación y generosidad, siendo siempre mensajera de paz y reconciliación. Su cuerpo se venera en el santuario de Casia, donde continúa atrayendo a multitud de devotos.
Magdalena (Nagasaki, 1611 – 1634) era hija de cristianos martirizados por su fe. Se consagró a Dios guiada por los beatos Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, agustinos recoletos, quienes la recibieron en la Orden como terciaria. Tras el martirio de Francisco y Vicente (1632), se retiró a los montes, desde donde ayudaba e instruía en la fe a los cristianos perseguidos. En septiembre de 1634 con ánimo de sostener la fe vacilante de muchos cristianos ante la persecución, se entregó voluntariamente a los jueces, proclamándose cristiana. Fue cruelmente torturada, pero permaneció firme en su fe. Por fin, fue condenada al tormento de la fosa. Más de trece días aguantó esta heroína de la fe suspendida por los pies de una horca que se alzaba sobre una fosa casi herméticamente cerrada antes de morir ahogada por el agua.
Su martirio causó gran admiración. Beatificada en 1981, fue canonizada por Juan Pablo II el 18 de octubre de 1987. En 1989 fue declarada patrona de la fraternidad secular agustino-recoleta.
Tomás (Fuenllana, Ciudad Real, España, 1486 – Valencia 8 de septiembre de 1555) pasó la infancia con sus padres en la vecina villa de Villanueva de los Infantes. Desde muy joven cursó estudios en Alcalá de Henares, en cuya célebre universidad se distinguió primero como estudiante y después como profesor ejemplar. Invitado a enseñar en la no menos famosa universidad de Salamanca, viajó a esa ciudad, pero no para ocupar la cátedra, sino para ingresar como novicio en el convento de San Agustín. Profesó el 25 de noviembre de 1517. Por dos períodos desempeñó el oficio de provincial. El 10 de octubre de 1544 fue nombrado obispo de Valencia, donde murió el 8 de septiembre de 1555. Sus reliquias más insignes se conservan en la catedral de Valencia.
Su ardiente caridad para con los pobres y la clases sociales más desvalidas le ha merecido el título de «limosnero de Dios». Fue uno de los principales promotores de la reforma de la Iglesia española en el periodo pretridentino. También promovió el envío de misioneros de la Orden al Nuevo Mundo. Fue canonizado en 1658 por Alejandro VII. A mediados del s. XX la Orden, recordando su interés por las letras, le eligió patrono de sus estudios.
Nicolás (Sant’Angelo in Pontano, Macerata, 1245 – Tolentino, 10 de septiembre de 1305) ingresó de niño entre los agustinos de su pueblo natal, primero como estudiante y luego como novicio. Tras la ordenación sacerdotal, obtuvo la facultad de predicar y fue destinado a varios conventos de la provincia picena.
Los últimos 30 años de su vida transcurrieron en el convento de Tolentino, que se convirtió en su patria adoptiva. En él murió con fama de santo y taumaturgo e inmediatamente su tumba se convirtió en meta de incesantes peregrinaciones.
San Nicolás ha sido presentado como el luminar más brillante de la santidad de la Orden y elevado a modelo de vida agustiniana, por haber acertado a armonizar en los albores de la Orden la vida común, la oración y la contemplación con las exigencias de un intenso apostolado. Su santidad puede resumirse en tres rasgos principales: oración intensa y penitencia en la perfecta vida común agustiniana; infatigable ministerio apostólico a través de la predicación y el sacramento de la reconciliación; incansable asistencia los hermanos, sobre todo a los más necesitados: enfermos, pobres, familias en dificultad.
Fue famoso por sus milagros, que le merecieron el título de taumaturgo. Fue canonizado por Eugenio IV en 1446. Su cuerpo está expuesto a la veneración de los fieles en su santuario de Tolentino.
Juan (Sahagún, León, España, hacia 1430–Salamanca, 11 de junio de 1479), hijo de familia distinguida, emprendió la carrera eclesiástica. Antes de ordenarse sacerdote, su padre, por razones económicas y sociales, le procuró un beneficio eclesiástico con cura de almas. Pero con gran disgusto de su familia, Juan lo rechazó por considerar su aceptación contraria a la ley de Dios. Entró luego al servicio de Alonso de Cartagena, obispo de Burgos, quien le ordenó de sacerdote. La vida curial tampoco le satisfizo y ciertamente no fue suficiente la promesa de una canonjía para retenerle en Burgos. Se trasladó a Salamanca, donde se dedicó con asiduidad al estudio y a la predicación. Atraído por la fama del convento de San Agustín, entró en la Orden agustiniana el 18 de junio de 1463 y en ella emitió su profesión el 28 de agosto del año siguiente con el nombre de Juan de san Facundo.
Lleno de suavidad y sinceridad, se consagró por entero a la predicación y a la promoción de la paz y de la convivencia social, defendiendo los derechos de los humildes y trabajadores. Practicó siempre una tierna devoción a la Eucaristía.
Fue canonizado en 1691. Sus restos se conservan en la catedral de Salamanca, de cuya ciudad es patrono.
Ezequiel (Alfaro, La Rioja, España, 9 de abril de 1848 – Monteagudo, Navarra, 19 de agosto de 1906) profesó como agustino recoleto a los 17 años, el 22 de septiembre de 1865. El 3 de junio de 1871 se ordenó de sacerdote en Manila (Filipinas) y en Filipinas transcurrieron los siguientes quince años de su vida, marcados por un ardiente celo apostólico. Desde 1888 hasta pocos meses antes de su muerte vivió en Colombia, donde desarrolló una multiforme actividad: restauró la provincia recoleta de La Candelaria, instauró una nueva época misionera en su Orden y en la nación con la erección del vicariato apostólico de Casanare (1893) y desde 1896 gobernó la diócesis de Pasto.
A una total disponibilidad supo aunar una fortaleza a toda prueba en la defensa del mensaje cristiano en un periodo de anticlericalismo y de ataques a las instituciones católicas. Fue muy devoto del Sagrado Corazón y mostró siempre un gran amor e interés por las cosas de la Orden. Al sentir en su cuerpo los efectos devastadores de un tumor maligno, se retiró al convento de Monteagudo, en el que había emitido su profesión religiosa y del había sido prior de 1885 a 1888. En él murió el 19 de agosto de 1906 y, en una capilla nueva de su iglesia, se siguen venerando sus reliquias.
Beatificado en 1975, fue canonizado por Juan Pablo II en Santo Domingo (República Dominicana) el 11 de octubre de 1992 durante la solemne clausura del V centenario de la Evangelización de América Latina.
Los primeros misioneros agustinos llegaron al Japón el año 1602. Su entusiasmo y sus sacrificios no tardaron en dar fruto. El pueblo los oía con gusto y abundaban las conversiones. La vida agustiniana atraía a los nativos, tanto que a los pocos años ya había religiosos, terciarios y cinturados de origen japonés. Pero de pronto estalló una violenta persecución contra los católicos. La prueba fue terrible, pero la naciente Iglesia japonesa la afrontó con admirable valentía y fidelidad. Fueron centenares los agustinos y agustinos recoletos –entre religiosos, cinturados y terciarios– que entre 1617 y 1637 derramaron su sangre por Cristo en medio de atroces tormentos. La liturgia de hoy recuerda a un grupo beatificado por Pío IX en 1867, compuesto por Hernando de San José y su catequista, el cinturado Andrés Yoshida, martirizados en 1617; al padre Pedro de Zúñiga, ejecutado en 1622; a fray Juan Shozaburo, a los oblatos Miguel Kiuchi Tayemon, Pedro Kuhieye y Tomás Terai, y a los terciarios Mancio Seizayemon y Lorenzo Hechizo, sacrificados en 1630; y, por fin, a los padres Bartolomé Gutiérrez, Vicente de San Antonio y Francisco de Jesús, martirizados en septiembre de 1632.
Un segundo grupo de mártires está compuesto por los recoletos Martín de San Nicolás y Melchor de San Agustín, quemados a fuego lento el 11 de diciembre de 1632 y beatificados el 23 de abril de 1989. Habían viajado voluntarios desde Filipinas al Japón a petición de los padres Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, que ya estaban encarcelados. En 1637, fue martirizado el primer sacerdote agustino japonés, padre Tomás Jihyoe de San Agustín, beatificado el 24 de noviembre de 2008 en Nagasaki.
La memoria de los mártires japoneses testimonia la universalidad de la vida agustiniana (proceden de cuatro países: España, México, Portugal y Japón) y la comunión de vida entre sacerdotes, hermanos y seculares agustinos, así como la común herencia de las diversas familias agustinianas.
La Postulación General de la Orden trabaja en varias causas de beatificación que están en proceso diocesano o presentadas ya a la Congregación de los Santos para su estudio.
Son las siguientes:
- Madre Mariana de San José (1568-1638).
- Madre Isabel de la Madre de Dios (1614-1687).
- Madre Antonia de Jesús (1612-1695).
- Madres Dionisia Talangpaz (1691-1731).
- Cecilia Talangpaz (1693-1732).
- Mons. Ignacio Martínez (1902-1942).
- Padre Jenaro Fernández (1909-1972).
- Padre Mariano Gazpio (1899-1989).
- Mons. Alfonso Gallegos (1931-1991).
- Sor Cleusa Carolina Rody Coelho (1933-1985).
- Madre Esperanza Ayerbe (1890-1967).
- Simi Cohen -María de los Dolores del Amor de Dios- (1801-1887).