Desde la profesión solemne o la ordenación sacerdotal, el religioso debe estar continuamente formándose espiritual, humana e intelectualmente para dar razón de su fe en un mundo de constantes cambios y alimentar continuamente su opción vocacional. Se trata de dar continuidad a la formación inicial y hacer de la preparación una disposición formal que permita afrontar los diversos retos que la misión y los tiempos van demandando.

Si el ejercicio de cualquier profesión exige como garantía de la propia competencia y eficacia, un itinerario formativo serio y orgánico en el que se amplíen los conocimiento y la capacidad de responder a los rápidos movimientos de la sociedad, la vida religiosa y su testimonio de Dios en el mundo, piden del consagrado una actualización, reflexión y profundización similar.

La formación permanente es una exigencia para los religiosos tras su profesión solemne y ordenación sacerdotal que les insta a conservar la grandeza y belleza del carisma recibido, según lo pide San Pablo a su discípulo Timoteo: “Reaviva el carisma que hay en ti”(2 Tim1,6), sirviendo de esta manera mejor a la comunidad religiosa, a la Iglesia y a la sociedad.

Se trata de una formación permanente porque, porque es un proceso abierto, continuo que se extiende durante toda la vida, profundizando y acrecentando las capacidades, competencias y conocimientos adquiridos durante la formación inicial, es una acción integral que tiene en cuenta las dimensiones humana, espiritual, intelectual, pastoral y carismática del religioso

Esto se logra por medio de medios como los ejercicios espirituales, reuniones de actualización pastoral, estudios de profundización académica, lectura continua, reflexión de la propia vida y otros que conceden una inquietud constante y el deseo de darse plena y cualificadamente en nombre de Dios al mundo.